Parece mentira, pero ha tenido que ser una conocida serie de televisión, Física o Química, ambientada en un instituto de enseñanza secundaria, la que ponga “de moda” la psicopedagogía. No hay un capítulo en el que no aparezca el psicopedagogo del centro educativo ejerciendo sus funciones o siendo nombrado continuamente como profesional, como guía y orientador del alumnado en los diálogos. Tal vez, el motivo no es otro que un guión que ha exagerado enormemente los problemas cotidianos de un centro educativo y sus estudiantes, para poder ejercer un interés lo suficientemente consistente y, tal vez, morboso en los espectadores.
No obstante, ser psicopedagogo, orientador, con todo lo que significa, es algo más que convertirse en el “loquero” de los institutos y otros centros educativos. Ser psicopedagogo conlleva una responsabilidad enorme, que te permite ser detector de necesidades educativas especiales, de psicopatologías, de relaciones causa efecto entre entornos familiares y alumnos, incluso de estructurar adecuadamente los recursos humanos de una empresa, si nos salimos del ámbito educativo.
A esta responsabilidad, la de ofrecer un ejercicio profesional digno y adecuado, tenemos que sumar otra igualmente importante: poner en valor a la psicopedagogía y a sus profesionales licenciados. Es un esfuerzo añadido, que no encontramos necesario en otras licenciaturas ya consolidadas en el conjunto de la sociedad, pero que no disminuye ni un ápice ni la importancia ni la necesidad de su existencia. Una existencia que pronto llegará a su fin como opción para futuros estudiantes, porque los tiempos cambian y los planes educativos, muchas veces sin sentido, también. Una existencia que deja sobre la mesa y en los centros educativos a muchos psicopedagogos que ejercen o esperan ejercer como tales.
Hace un par de años se celebraron en Ceuta las I Jornadas de Psicopedagogía, donde salieron a relucir muchos de estos planteamientos, que tuvieron su respuesta en mayor y menor medida y que llevaron a una reflexión que considero oportuno recordar en este momento:
El título de este escrito resume de manera escueta y, probablemente, poco “académica”, el resultado reflexivo de aquellas I Jornadas de Psicopedagogía: Salidas Profesionales. Unas jornadas brillantes en su organización y de un interés extraordinario para actuales y futuros Maestros y/o Psicopedagogos.
Tres días de ponencias, comunicaciones, paneles de expertos y mesas de debate en los que se intentó discurrir sobre los diferentes campos de intervención y el futuro que se abre al ejercicio profesional de los licenciados en psicopedagogía. Tres días en los que la ilusión y las expectativas de porvenir de los que somos psicopedagogos o futuros psicopedagogos, experimentaron picos hacia el norte y el sur de una gráfica imaginaria que, de existir, habría quedado rematada en el centro del eje vertical.
A modo de reflexión estrictamente personal, mi conclusión final fue que la Psicopedagogía (utilizo la P mayúscula intencionadamente) es una gran desconocida en ámbitos no universitarios o educacionales. La Psicopedagogía se conoce profundamente en ambientes académicos de formación superior, pero no ha llegado aún a la calle, a la sociedad, a los ciudadanos que, al fin y al cabo, son los que tienen la capacidad de subir a la cima del prestigio universitario cualquier titulación. Ellos son los que, en su día a día, demandarán determinados profesionales con una específica formación académica, con una especialización u otra; son sus hijos/as los que se matricularán en aquellas carreras que les sea de su interés, en aquellas que les garanticen un prometedor futuro laboral y personal. Tan desconocida es para los ciudadanos de a pie, que todavía no he encontrado a alguien que no responda cuando le hablo de mis estudios: “¿Psico...qué?”. (Algo menos actualmente, gracias a la serie juvenil citada anteriormente).
También, en el ámbito empresarial, la Psicopedagogía tiene mucho que decir. No vamos a entrar en las múltiples funciones que un psicopedagogo está capacitado para realizar, porque serían tantas y tan sorpresivas para algunos, que el periódico de hoy quedaría corto de espacio. Tiene tanto que decir, que todavía no ha empezado a explicar a los empresarios quién es o qué es un psicopedagogo y cuánto bien le puede hacer a su empresa en cuanto a recursos humanos, orientación profesional, mediación, planificación laboral, etc. etc.
En definitiva, la Psicopedagogía necesita un plan de marketing. Sí, como suena, necesita una seria y académica campaña publicitaria que la haga llegar a todos los rincones de la sociedad y no se quede en los “telarañosos” rincones olvidados de algunas Facultades. Ha llegado el momento, después de 15 años, de dejar de decir que la Psicopedagogía es una profesión eternamente emergente, es hora de tirarse a la piscina a salvar a esa amiga que hace 5 minutos bucea a pulmón y no sale a la superficie a respirar. Si seguimos esperando, aunque consigamos sacarla a flote más tarde, esa importante compañera, habrá perdido cualquier oportunidad de salir adelante. No habrá ningún erudito boca a boca que la salve.
En alguna ocasión, durante las jornadas, llegué a pensar que había una asignatura que no cursé durante la licenciatura: “Psicopedagogía de las lamentaciones”. No se estudia, ni siquiera tiene un programa de esos que te entregan a principios de curso. Es una asignatura que no tiene calificación, para la que no se hacen exámenes, mapas conceptuales ni proyectos de investigación. Simplemente, la llevas contigo a lo largo de tus estudios, mientras los psicopedagogos en activo, se encargan de alentarla con una descripción pesimista de su día a día laboral. Esperemos que los estudiantes aprueben esa asignatura y la condenen al más lejano de los olvidos, con una sonrisa, al recibir el título.
Uno de los ponentes dijo, refiriéndose a las salidas profesionales, que la Psicopedagogía es como un pulpo al que cada vez le salen más patas. La cuestión es: ¿quién se tira al mar a pescarlo? .
Quique Rodríguez
Asociación Psicopedagógica de Ceuta
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